miércoles, 27 de febrero de 2013

El amante de las librerías. Primera parte

 "Sin duda, el dinero no da la felicidad, 
pero ayuda a comprar libros"

C. Roy. El amante de las librerías.

 Ernest Hemingway con Sylvia Beach en la Shakespeare & Co. de París

Como Claude Roy en el libro que habla de los libros, "El amante de las librerías", yo también me declaro amante de esos seres que se llaman libros y de los templos que los guardan, y del sumo hacedor de los mismos, el librero, que vive de sus recomendaciones, siempre bohemio entre inflamables objetos de tan preciado valor, y portadores de toda la sabiduría, pasión, amor, humor, psicología y los más oscuros deseos del hombre.

Claude Roy

Como Claude Roy, me levanto un sábado de primavera, el calor ya se ha instalado entre nosotros, pero aún no pega con fuerza, todavía corre esa ligera brisa con olor de amapola mezclado con salitre, de los días de Mayo. Y las gaviotas pasan cantando por encima de mi ventana.

Corro las cortinas y la luz del sol me inunda, pongo un poco de jazz, algo alegre, de mañana de sábado, preludio del estío. Algo con un poco de bossa y berimbau, y me digo, que grande eres Dizzy Gillespie!... y con ese ambiente me voy a la ducha, me despojo de los vestidos que me ataron a la cama y despierto a un nuevo día. Mi frangancia favorita hace espuma sobre mi cuerpo, mi cabeza y mi pelo, mi frangancia favorita, que normalmente es francesa. El olor del café recién hecho inunda la casa.

Desayuno, me visto algo cómodo, me pongo mis anteojos de sol, con cristal color ocre, que son mis favoritos y salgo a pasear. A veces, ver la vida en sepia es un placer.

Tengo que calcular todo muy bien, no os creais que es fácil, la compra de hoy pesa lo suyo. Me detengo en Vento do Sul, antigua Torga, animado por la graciosa concurrencia de la calle de la Paz, admiro el escaparte, para ser más exactos dos escaparates, con distintas temáticas, en uno de ellos libro de regalo, y novela gráfica, en el otro literatura luso-galaica, de la terriña. Desde dentro me animan a pasar, a ojear lo que quiera, a descubrir las novedades, incluso a tomarme un café o un té con ellos, un té! ¿me habrán visto pinta de inglés?. Pero no son los libreros ni los dependientes los que tal invitación me hacen. No no, un volumen de Picadillo, y otro de Pardo Bazán, Melville desde la barca del capitán Akhab, me invitan ellos, las otras personas, los libros. Entro sin dudarlo, me acerco a una estantería, descubro de repente a mis dedos actuando solos, se deslizan por los lomos anaranjados de la colección de la cocina de la vida, de la editorial TREA, la campaña de la Goleta Argus, la cocina impúdica, el manual de la cerveza, grofrefefefffff.... me oigo mis tripas, y la boca se me hace agua, quizás animada por algún impulso lanzado desde el cerebro, que sabe distinguir antes que nosotros mismos, la cosas buenas de la vida. Después, paseo entre los silloncitos y mesas del salón de té, coquetamente decorado, y me acerco hasta un mueble de anticuario, restaruado, un aparador, donde tienen algunas novedades, ojeo los cuadernillos de la editorial Centellas, y mientras me pregunto que curiosos, me descubro saliendo por la puerta portando bajo mi brazo uno que se titula Pancho Villa, de un tal John Reed, que me interesa, a colación de un nuevo juego que adquirí hace poco, el Pax Porfiriana, se llama, y que habla del periodo revolucionario del Mexico Insurgente. Que, pero que, interesantísimo, me digo. Me situo mis anteojos cómodamente en el puente de la nariz y sigo camino, que áun tengo mucho que hacer.

Vento do Sul. Antigua Torga. Un viento muy fresco y animado.

Mis pasos me llevan calle arriba, desde el campo Jardim de la Cordoaría, por la Rúa das Carmelitas, me detengo impresionado ante la fachada de la librería más antigua de Europa, bueno la segunda dicen, la livraría Lello, y subo sus escaleras de caracol retorcidas, que si ya de por sí es un placer hacer esto, huele a livraría de antiguo, que placer, entonces en el piso de arriba descubro a F. Pessoa, a Camoes, a la nueva generación Portuguesa, quizás abajo en el mostrador ya me lo esperaba, cuando vi, sobre el mostrador, en un stand al efecto, al Guardador de Margens,  Rui Veloso, con su novedoso a Espuma das Cançoes, y recuerdo, me entran ganas más bien, de cantar el Porto Sentido, paseando por la ruelas de la Baixa y la Alfándega.

 Rui Veloso. El Guardador de Margens

Aún me parece oirlo, paseando conjuntamente con las Vozes da Radio por la invicta cidade, Porto
Pero eso puede esperar al atardecer, pues ahora me invita la Lello a rempanchingarme en sus Chester británicos, y admirar tal maravilla de la naturaleza, porque la Lello viene a pares del hombre y de la madre tierra, y de la comunión de ambos, del hombre y de los árboles, carballos antíquísimos, de su madera, porque la Lello es un templo de los libros, y un homenaje a la ebanistería, os lo puedo asegurar.

Escalera central de la Livraría Lello en Porto. El summun del templo al libro.

No sin pena desciendo otra vez, caracoleando hasta la rúa, y continuo mi paseo, y claro, como los yogures del Camboyano de la esquina me pesarán, que diría Roy, y el Arzúa casero que compro en al Plaza de Pontevedra, digo yo, con un poco de menbrillo, como el aceite de oliva, y unas anchoas de Santoña compradas en Juncal (Rua da Peregrina, Pontevedra), como, digo, me van a pesar esas cosas buenas del comer, me tengo que comedir en las cosas buenas del saber, que no puedo llegar cargado como colegial en época de principio de curso, con libros y más libros, cuadernillos y lapiceros, tijeras, pegamento y plastilina. Así que bien, me dirijo con arte serio, que es de mucho razonamiento, el racionamiento del material que anima el alma y el espíritu, y que alimenta los sueños, hasta la librería Paz.

La librería de Cano Paz en Pontevedra. La con más solera de la ciudad

Mis amigos de Paz en Pontevedra me animan a entrar, que jodíos, saben que la carne es débil. Claro pero, quizás haya salido ya lo último de Giraud, y si no, que coño, si aún me quedan muchos Blueberry por comprar, Ay Dios cuando terminaré esa colección. Pero claro, ahora estoy con Scalped, de Jason Aaron y Guera, y no puedo despistar el objetivo. Además de camino aquí, me pase por el Sindicato del Cómic, y les compré lo último de Chester Brown, el hombrecito, y es que Brow siempre me ha llamado la atención. Le he contado al dueño historias de Moebius, de las editoriales españolas, de tal edición de lujo, y siempre terminamos hablando de Corto Maltés, será posible la amputación que le han hecho al de La Valeta en este puto país? Me sacudo el sarpullido ese que me acaba de salir por Norma y defiendo contra viento y espada a La Cúpula, pardiez, que buena editorial y seria que es, la mejor. Acaba mi soliloquio interviniendo a tiempo, antes de que queme todas las naves en Lepanto, rescatándome de mi hartazgo, mi contertulio ad hoc, diciéndome que Astiberri, Astiberri lo está haciendo también bien y...Paparruchas, me descubro depotricando, saliendo por la puerta, maldiciendo a toda editorial, mancilladora del arte de la edición. Pero sin acritud me despido de ese buen librero, no me lo tendrá en cuenta, creo, y prometo con volver otro día a poner el panorama editorial patrio de vuelta y media.

 El Sindicato del cómic en la calle Dr. Marañón en Ourense

Pues como iba diciendo, ya dentro de Paz, vuelvo a pasar, casi corriendo, entre estaterías y montañas de papel escrito allí acumulado, hacia el séptimo cielo del comiquero, la rebotica que tiene allí Cano, el dueño, ya la quisieran para sí muchas otras "farmacias" que se dicen autoras de los más milagrosos unguentos, que se consideran librerías de nuevo cuño, modernas y vanguardistas.

Menudo stock, madre mía, lo que no haya allí, es que no se fabrica. Se me invita, regaladamente, a degustar páginas y páginas con que regar la imaginación. Miradas libidosas le lanzo a la nueva colección de la Kiss, y mientras rebusco entre los antiguos volúmenes del Torrezno. Pero vamos a ver, iaguito, si ya tienes todos los números, que no ha salido ninguno nuevo, y dicho esto, vuelvo a la realidad, rezando para que Santiago Valenzuela esté dibujando duramente en su estudio el próximo volumen, y que no copie de servidor, que los sábados se da a la vida regalada.

Apoyo las bolsas del mercado en un rincón y me agacho, me deslizo en movimiento lateral, me alzo de puntillas, cojo este y otro volumen, madre mía, por donde empiezo, cuando acabo. Miro mi muñeca a sorbos, el reloj me indica que voy a llegar tarde a algún sitio, pero bueno por un poquito más... tampoco se va a acabar el mundo. Y si se acabara, pues mira me pillaría  no en mal sitio, que los hay peores, y quizás mirando alguna lámina de manara, o con un tomo de Harvey Pekar apunto de comprar, no, vale que las hay mejores, pero desde luego se me ocurren muchas otras maneras de acabar el mundo, bien peores.

Bueno, habrá que alimentar el estómago, y además la bolsa ya la tengo bastante cargada. Unas últimas paradas de camino a casa, seguro que no faltan.

continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario