domingo, 17 de febrero de 2013

Ernesto Ferro. In memoriam

Recuerdo en esta breves líneas a un maestro del teatro, de la televisión, de la vida. Uno de los Ourensanos ilustres. Ernesto Ferro.




Ernesto, como lo llamábamos los del Barrio de San Francisco, nos dejó esta pasada semana. Me enteré, como se entera uno de estas cosas, a destiempo y con el mal cuerpo que se te queda. Aunque luego pensé, quisiera el destino que fuera por el Entroido, o bien pasado este, pasadas una vez las entronaciones a don Carnal, a la risa y al buen vivir, como preludio de los tiempos oscuros, quizás por el Miércoles de ceniza, pues era él gran degustador de estas fechas. 

Aún recuerdo aquel entierro de la sardina de hace pocos años, donde lo descubrí, casi por casualidad, mimetizado entre las plañideras de ourense, con peluca violeta y máscara a lo veneciano, enfundado todo él en capa negra cual Ramonchu García, chorando y chorando por tan malogrado peixe. Era un choro agudo, ese choro fondo y desgarrado, de actor de primera, que terminaba en ese poso de risotada, de burla sana, al pairo de celebración tan destacada, mientras por la megafonía no paraban de gritar: Choraaaaiiiiii, Choooooraaaaiiiii pola Sardiña.

Ourensano de pro, son múltiples las historias y recuerdos que nos vienen a los que fuimos sus vecinos durante, algunos más, otros por ser más jóvenes menos, muchos años.

El Tío Ginés, de los Tonechos, ese actor de Ourense, con sorna, con gracia, al que nosotros, chavales imberbes todavía, siempre decíamos, !agora de vello, gaiteiro! pero en el buen sentido, en el admirado sentido de la palabra, que goza, en este reducto de la antigua Galicia, que da al que es retranqueiro y se ríe de la vida y de la muerte, mil años de libertad. 

Porque son, en esta tierra de entroido y diversión, donde la sorna, la pantomima, las artes del cantar, del beber y del comer, el teatro, la poesía y las aguas calientes su más afamado tesoro.

Y es que Ernesto siempre fue un gran hombre, a pesar de su estatura, se le veía subir por la cuesta de San Francisco, saludando entre la vecindad, siempre con una sonrisa en la cara, con una buena palabra. Ejemplo de hulmidad y de lucha por la vida. Ejemplo de sacrificio, que lo llevó, después de toda una vida trabajando de ebanista, siguiendo la profesión que le había enseñado su padre; le llevó a ser actor, y a desatar todo ese arte que llevaba dentro, que había ido madurando poco a poco en los talleres, explosionando en el canal de más difusión de la terriña, la TVG.

Recordadas son sus dotes de actor, que como los grandes, había desarrollado por instinto natural, y dotándose de coletillas y maneras que lo hacía inconfundible. Como los grandes, como López Vázquez, como Cassen, como Gracita, como Alfredo Landa y un largo etc.

No hacía mucho que había muerto su inseparable esposa, apenas dos meses, y cuentan, por relatos que he leído, que Ernesto ya no era el mismo, ya no tenía ese salero natural con el que desfilaba, con el que paseaba su cuerpo por los escenarios vivos de la Capital de las Burgas. Quizás fue por eso, que como gran poeta, los versos más tristes le sobrevinieron esos días, de ausencia desmedida, y no pudo ya, por más tiempo, acompañarnos más, hacernos reir, llevarnos por la senda de la retranca y del arte, que a veces son lo mismo, que a veces son él mismo.




Descanse en Paz.

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